Cap. 16

De Las llamas que surgieron de la tierra en la Cruz del Calvario

cruzcal

 

Madrugada de invierno todavía era en el mesón. Dos desconocidos de la Villa andaban calamocanos de mucha demasía. Tanto, que se comentó en el pueblo un roce de estos, con Melguiades, el de la Santa Hermandad, a su llegada por el Riato en las vísperas. En esa noche, algunos alojados de paso, queja pusieron a la mesonera por los ruidos y risotás provenientes del comedor de fuera, que ni ellos ni las mulas descanso tenían del trajín contrahechos.

– Pagad, y marcharos-. Dijo La Chela-. Qué levantarse hubo de notar algarabía y paciencia ya escasa en ese oraje.
Uno de los dos, de hechura escasa a lo ancho y a lo alto que se tartaleaba, atinó a decir.
-¿Cuálo?
Tanta desgracia tuvo que, de sin enterarse y sin verlo venir, las baldosas vio a causa del manotazo seco que la mesonera hubo de donarle.
-¡..Una mujer.., a mí, una mujer.., a mí..!.- Gritaba mientras sus piernas procuraban enderezarse en derecho.
Y así, de estas, .., prosiguió La Chela con la desventura del forastero cada vez que este le contestaba y la mollera levantaba.
El otro, algareado de carnes y más garboso, medió sofocando la gresca habida. Tomó por la sobaquera al compadre sacándolo al patio, remojándose los dos en el pilón en busca de clarividencia y lucidez.

Eufrasieja la ayudanta, habiéndoles sacado las mulas de la cuadra, ofreció los ramales a los forasteros cerrando la portá del mesón tras la salida de estos.
Andándose a la luz de los luceros tomaron elRiato camino de su destino. Atravesaron Pozo Palacios con rumbo a los términos de Villacañas.
De su confusión fue tomar camino de Los Silos a la salida del pueblo en esa noche sin luna. Una de las mulas espantá dio en el cruce de caminos. Imprecaciones y blasfemias procuró por su boca el algareado de chichas. Bajándose de la mula, mosquete en mano, anduvo unos pasos.
-¡Eh, mira, aquí hay algo!-. Advirtió.
– ¡Esto es una cruz! ¡En medio del camino!-. Aclaró el otro-. Casi hace caerme al suelo. ¿A que no tienes valor de disparar?.
-De saber debes, que no soy de echarme para atrás-. ¡Poto!, ¡Abríos y veras! .
En la Cruz del Calvario todo lo que se oía era el silencio en las sombras. Devino un estruendo de arma de fuego. A más, continuó el silencio.
– ¡Jajajaja!, ¡le has dado!. Acerquémonos a ver..-. Sugirió uno.
Llegaron, y vieron.

(Continua)