Él, a la hora más del ángelus, había ya comido cosas de la huerta con pan, se desvistió de las ropas del campo y se metió en la arqueta, que no era chica, de la reguera, para lavarse el cuerpo del sudor. A esto, que estando de tal manera, vio llegar por el carril a la casilla a dos figuras viajeras, de un hombre y una mujer, que seguro de paso iban de Villacañas al pueblo. Al acercárseles el hombre dijo:
-Momento de nuestra llegada no sabemos si es en acierto, mas quisiéramos dar de beber a las mulas y al ver pozo de noria, atrevimiento hemos tenido de parar a preguntar. De molestia no debe ser, si con darnos permiso para saciar la sed de las caballerías, nosotros mismos dispondremos de sacar el agua del pozo. Que al terminar volveremos al camino hasta llegarnos a las lagunas de esta villa, al sitio que llaman de Adán y Eva, de baños y reposo buscando salud y recreo.
-En ello, no ha lugar a preocupación- respondió el mozo Cazuela-, mas sin vestimentas, y viendo que en su compañía va una mujer, de aquí mejor será que me quede. Procedan ustedes a lo que me piden, y que a la mujer diga que no de vuelta a su cabeza, que aunque de natural somos hechas las personas por el Creador, mejor haga de no verme según mi madre me sacó de dentro suyo.
Al tiempo de ser servidas las mulas de algunos cubos de agua, los viajeros continuaron camino habiéndole agradecido al chico de la huerta el favor hecho, y por no salir de la arqueta habiendo presencia de mujer delante. Que igual hubiera dado de ponerse en pie el muchacho por causa del agua tan fría del pozo, que la colilla no hubiera podido estar ni a vistas, de tan adentro de él buscándose refugio.
Aparejó a la mula “Carbonera”, apretándole la cincha y puso las agüaeras, las que llenó de algunos melones de agua y otros chinos, unos tomates y otras hortalizas para repartir y dejar una parte en casa de la Filomena y otra para que sirvieran de parte de cena en el mesón de La Chela con los que había quedado días atrás para hablar de escritura. Arreó al animal hasta llegarse al pueblo por camino de los Marotos. Al llegar al Hondillo, abrió la puertecilla de la portá y descargó parte de la carga, desquitó las agüaeras al animal, dejándo una manta sobre la mula y unas alforjas donde colocó las cosas de la huerta, avisando a su abuela de que no le esperase en la hora cenar.
Después de volver las Cuatro Esquinas, se llegó hasta la tahona para hacerse con varios panes de quilo y cuarto, tal como le habían llevado recado a la mesonera. Que ella solo debía asistir a la mesa con el guiso y el vino propios de su casa en este día sábado último del mes natural. Habiendo hecho la compra, encaminó hacia el mesón. No había ni llegado a la calle del Tesorero cuando pareció ver a la moza de la tienda de telas y teletones, la Ana, la de Álvarez de Lara. Y estando a los mismos pasos de ella, saludó a la moza.
-Sa que no son graciosos los pasos que te llevas..
-Ea, mozo, si a ti te lo parece, a mi me alegra.-Contestó al saludo la chica de las telas-. Tus pasos y los míos estoy en que al mismo sitio van, que en este anochecido de cena y casquera con otros andas metido. Recao me trajeron de la mujer del mesón de participar en ayudar en ello, con sus otras criadas y la tía Vitorina, que de al parecer todos los aposentos esta noche y mañana del día del Señor, llenos de viajeros estarán.
-En lo cierto estas Ana, y pues entonces, de saber tienes que me produce contento. Si el camino al mismo sitio nos trae, si parecerte bien tienes, sube a la mula, que trecho queda hasta presentarnos en el sitio al otro lado del Riato. Al paso, seguro tengo que envidia daré a quien nos vea subidos en la “Carbonera”.
-Anegación ninguna me produce ir subida y caballerica en tu mula, que de ayer mañana lo mismo me da la alcahuetería, y si de alguien que nos mirara dijera que mi gusto mucho es de asobinarse yendo subida, al igual es que de mi gusto fuera; que de envidia queden si sus lenguas hablan por coger compases. Que sin ser postinera, delgado es mi talle y blanca y dulce tengo la piel, que de cuantos quisieran. Y, ea, hasta la presente, que buenas contestaciones han llevado los que me han llegado con lo de sabrás a lo que vengo.
-Pues si así es, dame la mano y préstate de subir a la mula, que allá nos vamos.- Invitó el chico a la moza-.
Subidos los dos en la Carbonera, dispuso la chica los brazos rodeando la cintura del mozo, encaminándose por el Riato, ella caballerica, y él henchido y ensanchado.
Estándose ya de frente a la portá del mesón, a su paso salió el mozo de cuadras y caballerizas de la mesonera haciendo saludo de bienvenida al lugar. Se bajó primero Cazuela, y luego ayudó a apear a la Ana asiéndola por la cintura hasta dejar en la tierra sus pies. Al encuentro acudió también la criada Eufrasieja, a la que el mozo entregó las cosas de la huerta y los varios panes de quilo y cuarto comprados en la tahona.
-Conmigo llégate a las cocinas.- Dirigiendo la sirvienta las palabras a la chica.- Y tú, mirando al mozo de cuadras, entra a la mula en la cuadra del ama, que diferente es este animal a las bestias de los otros viajeros.
-Échale un pienso a la “Carbonera” de paso ya, que de no saber cuándo acabaremos la plática, igual le entran ganas, que de ajustar los dineros debidos con la mesonera no será problema.- Le dijo Cazuela.-
Partieron las dos jóvenes tirando por los pasillos a las cocinas de adentro en busca de La Chela, para saber qué trajines llevar a cabo antes y durante la cena de los que hablarían de la escritura. El mozo de la Filomena se entró al comedor que daba de vistas a la calle y que servía, de paso, para tomar refrigerios a los viajeros que no hacían noche en el mesón, sin ser taberna. Estándose allí pidió al mozo de la bodega, que era el que espachaba, un vino tinto de los de la propia cueva. De ser el despiste del muchacho, estado casi natural, que de al entrar no dio en ver quien en esa habitación había.—————–
A los algunos tragos del vino, cayó en cuenta de quienes en esa habitación se hallaban, un hombre con mujer en una mesa, un arriero, y otro que recordó ser quien era, el ayudante de Miguel, el de Cervantes, el de parecer espirituao y de media anqueta, el tal Catarino Cruz, de verlos el día que llegaron a la Villa, y pasaron por la plaza del mercado comprando algunas cosas del puesto de la huerta de la Filomena.
Cruzando la habitación hacia otras tareas apareció La Chela, fijándose en el mozo nieto de la hortelana.
-¿Qué, ya de espera a los de la cuadrilla con la que tienes cena?-. Dijo el ama del mesón-.
-No es tarde,- contestó Cazuela-, mejor estar con tiempo cuando con gente se queda. Que disgusto mío es que me llamen rezagón y por mi causa haya quien de espera esté. Pendiente ando de los que han de venirse al olor de la sartén horas después de las vísperas.
-Alguno hay por la casa ya, de aquellos de los que nombre me dio el tio Nieves. De los otros, ya acudirán en su hora. Por la cocina de dentro he pasado, viendo que se están la tía Vitorina, y la moza Ana, la de Álvarez de Lara, de las que mandé recao para ayudar en esta noche. Ya he visto que la de la tienda de telas, los panes de quilo y cuarto, frutas, verduras y tomates ha dejado allí por encargo tuyo. Tal como al esquilaor le hablé, que de esta noche, una cazuela grande de breve de tenca tenéis a la mesa. De sobrar incluso pudiera ser, que aunque tener tiento y medía se ha de andar con las manos, para no estrozar, mejor ha de ser que sobre que no falte. De al terminar, mas vino, y giniebla tendréis. Más, intrigada estoy de saber que cuentas te traes con todos estos en esta noche, sabiendo que de letras queréis tratar. Miguel Cervantes, que parte el lunes a Puerto Lapice y hacia Andalucía, ya me habló de su encuentro contigo estando con tu abuela en el mercao. Curioso también anda en lo de la junta de hoy. Que de preguntarme sobre ti ha estado estos dos días últimos. Y yo, al que decir, que andas casi siempre en la huerta, y que si no riegas, te estás con dibujos con tizones en papel, y que de a veces te llegas al Concejo, que algunos libros hay de los que el Alguacil te deja mirar, y que aquí, en los pocos libros que hay siempre estas repasando, cuando vienes a traer las hortalizas en mandado por la Filomena.
-Na y menos capaz soy de pintar con buen tiento y de poner letras en renglones seguidos y que se entiendan.- Continuo Cazuela-. Es más la imaginación que sale de la cabeza que otra cosa, estándome en la huerta o yendo y viniendo por el camino. De saber sé, lo que la tía Valentina me dirigía con el llavín sobre la muestra. Que a la primera escuela de Don Frasco D´Avellana poco he acudido, en unas ocasiones por ayudar en la huerta, y en otras por todos los dineros que exige a cambio de enseñar sobre las letras. Que habiendo estudiado el maestro en Salamanca, bien pudiera estirarse menos el cuello y dar más nociones del abecedario a los chicos de la villa. Y a las chicas. Aunque a estas últimas la justicia del Reino y sus leyes las tienen apartadas del aprendizaje, de lo cual no entiendo razón. A mí, que de los que reinan y de los muchos que a su corte revolotean, tienen un ramal.
A lo que María del Consuelo Jiménez replicó:
-No, tontos no son. Qué bien se procuran las leyes con el duz y acomodo propio, mientras que al vulgo, como nos denominan, nos dejan de a lo que pesquemos, ya sean pernales para desgastar los dientes; y encima impuestos y reales debemos llevarnos al cambio. ¡Y quéjate! Que más pronto que en tardanza te mandan a los corregidores y alguaciles poniendo pleito, que lo menos que ocurrir puede es que una a destierro o cárcel sea destinada, cuando no a galeras siendo varón después de recibir doscientos latigazos. Dejraciaos somos todos por aquellos. Y, ea, a ver cómo andan las cosas de esta casa me voy, que a todo tengo que estarme atendiendo y eso que las Ramira, Reparada, Romualda, Rudesinda y la Eufrasieja saber deberían de sus trabajos sin estar encima de ellas. Y tú, si quieres, échate otro trago de vino pidiéndoselo a este ayudante que tengo de la bodega, antes de que dormido se quede junto al porrón de giniebla.
-Las gracias le doy-, contestó el nieto de la Filomena-, por este vino y su atención; a los mas tardes, cuando todo esté dispuesto y diga, con los otros nos hallaremos a la mesa, ahora me voy a la puerta por ver si de presentarse quienes faltan de llegar acudieren.
Hallándose haciendo espera, sentado en el poyete, en la portá del mesón, se fijaba de los que iban y venían por el camino, o hacia la entrada de la villa, y observando el ajetreo por el lado del Riato. Por su cabeza pasaban pensamientos de sobre el hablar a los que había convocado para la cena, y de tratar la cuestión del escribir. Agitación e inquietud le producían algunas ideas, más allá de propio hecho de ser capaz de andar con la escritura y los dibujos. Oído tenía de la prohibición de escribir, publicar, ni vender libro alguno que no hubiera sido sancionado por el Santo Oficio de la Inquisición en la última instancia. El del asco negro, el Alguacil, que a veces le dejaba en el Ayuntamiento algunos libros que allí se encontraban, algún parlamento tuvo con él sobre la cuestión. Recordaba que las licencias para imprimir cualquier libro, de cualquier condición que fuere, había de ser dada por el Presidente y los del Concejo, y no otros. En encargo se hallaban de ver y examinar con todo cuidado los libros antes de proceder a su licencia. Informados estaban de haberse impreso muchos sin provecho alguno e inútiles. Y que llevando copia al Concejo ninguna cosa podía ser añadida o alterada después en la impresión.
De recordar sabia, de conversaciones con el Prior Alfonso Lujan, de por ratos de ociosidad en la huerta, de algunas visitas que iba, más que a parlamentar, a entreverar alguna hortaliza y fruta, sin por ello pagar ningún real, que no obstante, permitido estaba imprimir libros misales, breviarios y diurnales, sin ser presentados al Consejo. O eso fue lo que le tenía entendido.En estas tesituras andaba ensimismado Cazuela, hasta que de lejos vio llegar al tío Evaristo y el tío Casimiro, con una mula y las agüaeras puestas, en la que llevaban las guitarras. Estándose los dos hombres ya a la altura del mesón, el chico les saludó dándoles la bienvenida.
-Buena y alegre gente llega a este lugar, de lo que me produce mucha alegría y contento; viendo que no se separan de sus guitarras propias.
-Aquí nos estamos-, contestó Evaristo-, según el recao que nos dio de tu parte el esquilaor. Y que de alforjas no había de traerse, solo nuestra presencia y estar en la cena que has propuesto de estarnos unos cuantos en ella.
– Así resulta. Y como siendo todavía temprano, que las mujeres se están preparando lo que hemos de cenar en las cocinas de dentro, vayan ustedes a este comedor primero y tomen unos vinos de los que sirve el mozo bodeguero. Y no se preocupen por el pago, que a un aparte irá el apunte. Dentro queda un hombre forastero, a más señas, que es un ayudante de Miguel Cervantes, de con el que pueden entablar conversación si se les tercia, al que reconocerán por su pálida cara y parecer espirituao. Entretanto aquí quedo esperando la llegada de otros del pueblo y forasteros, si es que de acudir tienen a prestarse.
Habiéndose bajado unas cuartas el sol, y de no haber visto a nadie nuevo de venir, impaciente el nieto de la Filomena se adentró en el mesón, buscando la cocina de dentro. Cruzando el patio fué a dar de a todas juntas de las criadas junto al pozo, a la Ramira, Reparada, Romualda, Rudesinda y la Eufrasieja.
-¿De cómo van las cosas de la cena?-, les preguntó el chico a todas ellas-.
-La Ramira contestó en representación de todas-. Todo estará listo a su hora según dice el ama. Que de estar nosotras al aire del patio es a causa del humo que reboca de la chimenea de la cocina y se nos llega a la respiración.
-A la tendera y la Vitorina ¿no afecta?.- Preguntó Cazuela.
– Con toses se quedan-. Habló la Reparada-.
– Vaya por Dios, en intranquilidad me dejas. Acercarme voy por si de ayuda pudiera ser mi presencia.
Alivió con los pasos a la cocina, hasta estarse en ella. Cabalicamente entró dando con La Chela abriendo ventana, la Ana Álvarez de Lara tosiendo, y la tía Vitorina tapándose la boca con las sayas.
-¿La caldereta está en mucha lumbre o el yerro es causado por la chimenea?-. Encuestó el mozo.
-Ay, muchacho, que esto es una estraliza-. Manifestó la tía Vitorina. ¡Sácate a esa moza al patio, que no se si con esa tos que le ha entrado vivirá para poner en la mesa los platos esta noche!.
Cogió el dos y agarrando a la Ana por la cintura la condujo fuera, dándole aire en el rostro con un paño. Era tal la toserá que hasta al chico le pasaba por la cabeza que hasta podían cantarle el gori gori si no paraba. Mientras que al tiempo le decía:
-Reponte muchacha, que al igual de haberte traído en la mula subida, a la noche, después de la cena y la plática, he de devolverte a la puerta de tu casa.
-Un simple carraspeo no ha da lugar a tanto apuro-. Reconvino la Ana-. En más aprieto me resulta el frio del hivierno si de cepas no hay en el fogón. Volvamos, pues, a la cocina no a ser que a la mesonera desagrademos entre unos y otras. Y tú, Cazuela, no te ovilles tanto a mi cintura siendo la luz del día, que parecer te andas de asobine, sin tener en cuenta las horas.
-¡Oh, moza!¡Que hasta en la inquietud y prevención de tu estado, desabrida y áspera contestación encuentro!
-¿Áspera, áspera..?-. Contradijo la de la tienda-. Anda… anda…, y entra.
-¡Atender que sentencia a mis miramientos..!.- Terminó el chico de la Filomena-.
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De oír cantares y música, derecho fue Cazuela, de la cocina de dentro, al comedor de fuera, donde las guitarras sonaban del Evaristo y Casimiro. Dos jarras de vino estaban en la repisa y otras dos en la mesa. Y de esto oían el ayudante espirituao de Miguel, y el alguacil, que sin invitación, también se había presentado, más dos hombres y una dama que andaban allí sentados.
“Ya de mi dulce instrumento,
Cada cuerda es un cordel,
Y en vez de vihuela él,
Es potro de dar tormento,
Quizá con celoso intento,
De hacerme decir verdades,
Contra estados, contra edades,
Contra costumbres al fin.
Si el pobre a su mujer bella,
Le da licencia que vaya,
A pedir sobre una saya,
Y le dan debajo de ella,
¿De qué gruñe y se querella,
Que se burlen de él los ecos?
Entrando en la estancia en donde estaban los de la trova, el nieto de la Filomena, no sin cierto retraimiento pronunció:
-Virtuoso son es el que oigo. ¿Acaso me suena de algún cante de Luis Juanele o tal vez de Juan Encueros?
-Frio tienes el oído muchacho.- Observó el tío Casimiro-. Esto es una sonada que tengo escuchada de cuando voy a la feria de Tomelloso, un compadre instruyome la estrofa y arpegios.
-Perdone usted el poco acierto, que de saber solo conozco de ese sitio, la otra que usted canta:
En mi vida he visto yo
Lo que he visto esta mañana
Una gallina trillando
Y un ratón volviendo parva
-Repertorio y surtido de sones y trovas, hasta romances nos sabemos Evaristo y yo. Que por todos los sitios de haber pasado aprendemos las letrillas que allí se entonen.
-No aligeres tanto Casimiro-, habló Evaristo.- Que de música gregoriana no dominamos. Y es un ejemplo.
En esa coyuntura se habían, cuando al cuarto acabaron de entrar dos, Ruy Mimbarrejón, y Alonso Hernández que buscaban al chico Cazuela, que por su invitación a la cena acudían.
-Oportuna es su llegada y presencia,- saludó Cazuela a los hombres-, que a menos que otros faltan para estarnos prestos ya a la cena, si la mesonera apañada la tiene. Ya se conocen ustedes de por ser de la misma villa, incluido el alguacil, que al parecer algo ha oído de reunión, y será de su intención oír que decimos.
-Ea que bien cierto el conocernos.-Apuntó Ruy-, aún en nuestros oídos suenan las canciones que Casimiro y Evaristo entonaban a la ventana de la cárcel en el tiempo que nos tuvieron presos por el pleito con los de los molinos harineros del Ciguela..
Al pronto de este instante, otro, que por la puerta asomó la figura. Acaso fuera el azar o la chiripa, mas allí se estaba Don Frei Alfonso Luján, prior y cura párroco de la villa.
-Que la providencia se halle para todos en este lugar-. Dijo-.
(Continua)