Cap. 15

«1.736: Del mal de morirse de tabardillo»
tabar

 Son:

La campana de la Parroquial tocaba a transito. El sacristán las hacía sonar anunciando nuevas expiraciones durante todo el día.
El sencillo hospital, de tan reducido y pobre, no tenía más cabida para amparar a la tal proporción de infectados de tabardillo, que hasta las cámaras, patio y corral se hallaban plagados de contagiados y agonizantes. El galeno medico de la Villa no daba abasto en atender a los
de enfermedad ni atinaba a dar remedio al mal. Frey Alfonso el Prior, tampoco alcanzaba a dar responso y de si a todos los entierros y enterrillos que se producían. La justicia no sabía a dónde acudir de tantos colodrones que ya habían dado buscando el auxilio de sus vecinos.Hallándose en reunión al mes de julio, las justicias ordinarias, las médicas, y también las eclesiásticas en el Concejo de Villafranca en disquisición de encontrar remedio del mal de morirse de tantos vecinos, y de salvación de sus almas, de no poder remediarlo.
Los regidores, Hernán Vázquez y Rodrigo Manrique, hacían entrar en sofoco al médico del pueblo de tanto inquirirle medicina que detuviese la enfermedad que contraían cientos de hombres, mujeres y niños. Este, encomendado a sus saberes, pedía a San Lucas Evangelista iluminación en sus bebistrajos y medicamentos, sin hallar respuesta ni consuelo.-Al Gran Prior debemos acudir de auxilio-. Habló Francisco Morales, el médico-. Otros galenos más sabios que yo han de procurarnos, si en verdad, parar esta sangría de almas suspiramos.A todos los reunidos les estuvo bien la consideración del médico de la villa. Escribieron documento de socorro que firmaron los presentes, encargando su rápida entrega a Melquiades, el de la Santa Hermandad, conocedor de los caminos y sus atajos.
Antes de llegar el jefe cuadrillero a la capital del Reino, ya volvía con la respuesta de atender a la súplica del Concejo de Villa Franca.Poco, o mucho, bastó para convencer al Serenisimo Infante Don Felipe del lamento y suplicas de Villafranca, que a buen seguro le pillara sin cara de a medio tercio.
Fuese, de apenas la vuelta de Melquiades, tres días después, la llegada del médico doctor Lenguas. Facultativo, de la villa cercana de Alcazar de San Juan, galeno hábil y de mucha practica.Ocho datas antes del término del mes, sin estar clareando el día, el médico alcaceño se hallaba en las puertas del Concejo en busca de encuentro con la justicia del pueblo. A puerta del lugar, quien primero hizo presencia fue el Alguacil. A poco aparecieron los alcaldes ordinarios Francisco Martínez y Diego de Torres, este, subido en la mula del común, de la que hacía uso propio y a la que tenía esquilada de forma canalla, con gran disgusto del esquiaor de la villa, el tío Nieves. Francisco Martínez mandó en recado al Alguacil, en busca del galeno del pueblo, y del Cura Prior, Frey Alfonso. En esto, se adentraron a las estancias del concejo.-Soy Lenguas, doctor Lenguas, que en poner remedio a la pandemia que acaece en esta villa vengo encomendado-. Habló el galeno enviado.-
-Yo soy Morales, el médico signatario del lugar, que no consigue detener estos males tan graves.- Contestó el homologo-. Aquí presento censo de enfermos y finados con los socorros recibidos.
-Yo soy Frei Alfonso, el que no da de sí a decir misas y responsos, teniendo que repartir estos entre varios extintos.

De lo en reunión expuesto, grave era la circunstancia. El médico llegado, manifestó sus saberes y algunos exilios con el que aliviar a los enfermos, informando que la curación de los mismos era tarea a descubrir en experimentos.

Preocupado por el aposentamiento del facultativo alcaceño, el regidor Rodrigo Manrique, hizo señal al Alguacil de procurarle posada en el mesón de La Chela, anunciando que su coste sería satisfecho a la partida del galeno, terminado su destino en Villa Franca. En ello, dispusieron su marcha por el Riato hasta que el Dr. Lenguas tomase aposento.

Habiendo hecho instalación, pidieron permiso a La Chela, de dar uso al comedor de dentro y tener congregación los médicos, el Prior, y el regidor de la justicia Hernán Vázquez. En amabilidad, la mesonera les procuró zurra fresca para atenuar el calor.
Enterada la dueña de la casa de las razones de hallarse allí hospedado el facultativo, cuenta dio de una criada aquejada de la enfermedad de morirse. La Eufrasieja, desde hacía unas jornadas pasaba las horas en calentura.
Sin haber mal que bien no llegara, el doctor Lenguas, seguidos de los otros se encaminó a donde la mala reposaba. Se dispusieron unos moqueros grandes haciendo vez de máscara, aunque solo el de Alcazar quedó junto a la criada, a la que observó en busca de hallar el mal verdadero. Desde la puerta, los que atrás se estuvieron, contemplaban al médico moviendo la cabeza en señal de preocupación.

Haciendo aseo y vueltos al comedor, La Chela interrogó entre lágrimas y desconsuelo.
-¿Tiene salvación mi amada Eufrasieja?. ¡ Sálvela, por el Santo Cristo, sálvela!. Que todo cuanto poseo, por ella, lo daré.
-Quédese en calma mujer. Despierto está su intelecto y su cuerpo fiebre. Socorro daremos en probatura antes de la noche. Si a la pócima responde, alivio podrá encontrar, y nos también. Ciencia exacta no tengo de la curación, más procuro evitar yerros y equivocaciones. Mi poca sabiduría nace de la observación de la naturaleza, valiéndome de pocas medicinas, no solo por perjuicio que resulta de las mezclas de muchas, sino en contribución del beneficio popular.
-Morales, anote y sígase-. Dijo Lenguas al compañero de Villa Franca, que en puesto de ayudante había quedado-. En inicio, para el sofoco y deliro de la criada: “De agua de agua de amapoles, diez onzas: de jarabe de claveles, una onza: de espíritu de azufre, sacado por campana, lo que baste para un sabor grato”.

Dado el precepto, cada cual volvió a su casa, quedando en junta a la hora prima siguiente en el hospital.

Llenitico se hallaba el dispensario de la villa, que anas pudo dejar en el corral del mismo, la mula procurada por la mesonera al médico. En espanto relucieron sus ojos, de ver tantos padecientes y agonizantes. Frei Alfonso, estándose incluso sin luz, daba los santos óleos a la diestra y a la siniestra. Unos subalternos recogían a los que se morían, trasladando sus cuerpos al cementerio de la Ermita.
En todos los lugares sobrevenían los que tenían el mal de morirse, en las casas propias, el hospital, en recintos del Concejo, e incluso en las calles, abandonados a su suerte se descubrían.
Lenguas, observó a todos y a sus síntomas, pasando largo tiempo anotando en su cartilla, buscando comparación de enfermedades y padecimientos. Pasadas unas jornadas, aun discernía sobre las afecciones de tifus, que no todas eran lo mismo.
A la zancapella, fue visitando todas las casas en donde había enfermos, practicándoles observación, mientras ponía algún remedio al padecimiento.
Casi todos los casos los dictaminada de enfermedad peligrosa, con fiebres malignas, que arrojaban a la piel manchas pequeñas como picaduras de pulgas y golondrinos en desemejantes colores. De todos los casos, dominó que el sufrimiento provenía de tifus exantemático, el mal de morirse de tabardillo. De sus exámenes, advirtió de las fiebres al tercer día llegaban, continuándose hasta cuatro lunes siguientes, expirando los pacientes, si no se había puesto solución.
Zorollas eran las situaciones, que aun con mejunjes y cuidados, ya se había cantado el gori gori a más de quinientos vecinos.
Día tras día, velá tras velá, de los desahuciados en el hospital concluía que sus cefaleas eran fuertes, muchas veces entrando en estado tífico. Temía a la décima jornada, que si no salian de las fiebres, al trance del alma estaban destinados.

A procedimiento de curación andaba con un niño chiquitillo, y en las diez fechas asistido.
-Morales, anote y sígase-. Dijo Lenguas-. Suero es menester para esta criatura: “De raíz de grama, media libra: de diente de león, cuatro onzas: cortadas y quebrantadas, hervirán en la correspondiente cantidad de suero, por tiempo de media hora: cuélese, y exprímase; y a dos libras se añadirán tres onzas de miel pura”.

-Morales, anote y sígase-. Continuó. Para aquellos adultos registrados en el encamarado, buscando hacer huir sus delirios malignos: “De agua de cardo santo, tres onzas: de agua teriacal templada, tres ochavas: de bezoárdico mineral, dos escrúpulos: del alcanfor, diez granos”.

El Frey Alfonso, de los pocos momentos liberado de misas, entierros y enterrillos, los pasaba visitando casas y hospital dando el viático.
-Doctor Lenguas, esto es una agonía sin término.- Comentó-.
-Cuarenta días y cuarenta noches, con otro de añadidura, nos llevamos atendiendo. Este mismo paciente, calentura y frenesí encierra, que con las manos, ademán hace de coger moscas que no hay-. Respondió-. Y aquel otro, cabeza, manos y pies fríos tiene, y vientre caliente. Signo malo a luz de mi entendimiento. Aquellos otros, sajados tengo, a escasez de sanguijuelas, según propio de cada cual. Cansera tengo, de todas estas jornadas, de no haber catado cama en sus horas. Procurémonos paseo hasta el mesón, y repongamos bocado y siesta.

En el comedor de fuera se instalaron un rato, por no haber gentes. Unos muertos estaban en el campo segando el trigo, y otros muertos de morirse de tabardillo.

-Chela, tenga a bien atendernos un vino de los de abajo-. Solicitó el alcaceño-
-Todos sacados están de los toneles de la bodeguilla-. Respondió la mesonera-.

Fuese el olor del vino, quizás, que aparecieron en compaña, los alcaldes, el alguacil, con Melquiades y los suyos.

De documentos se venían del Concejo a cuento, todavía, de los que asaltaron a la hortelana Filomena por camino Villacañas y del mal fin que encontraron a manos de la Santa Hermandad.
Cuestión de resolución estudiaban en el traslado a galeras de los que vivos quedaron, “Pichaencoge” y “Patasdecollera”.

-Ea, los de la medicina y curia en trago vemos-. Dijo el alguacil, bocalarga y a mal traer con Melquides de cuando este en cárcel encerró-.
-Bienhallada sea la justicia-. Respondió el Prior, limpiándose al tiempo la boca con el mangote-. Cansados y molidos de procurar que tantas almas tengan paz somos, el vino de las vinajeras no alcanza, y obligación es que en el empeño no muramos. ¡Alabado sea!.
-Año de muchos pesares es este.- Intervino el alcalde Diego de Torres-.
-Cavar mucha tierra en el camposanto se hace menester, si en desgracia no se detiene esta pandemia de la villa, y dar cristiano entierro a tantos que expiran-. Dijo Frei Alfonso-.
– Alguacil, a esa encomienda queda-. Ordenó De Torres-. Tómese algunos sanos hombres y espacio en común procuren fosa en el camposanto. En tanto, con Francisco Martínez, y los otros regidores, carta de súplica elevaremos a las justicias superiores, que en clemencia de este pueblo, lo excluyan de muchos impuestos obligados. Que con media villa victima de esta enfermedad y sin cosecha, imposible es el pago.
-A su orden me permanezco-. Se ofreció Melquiades-. Que no hay más lugar que este, en donde mi caridad sea tan precisa.
-Escasa comida hay en provisión ya en esta casa.- Intervino La Chela-. El único sustento es apenas, de las hortalizas de la huerta de la Filomena y otros pocos gallos y palomos. A bien tengo ofrendar a las necesidades de mis vecinos, si en penuria se hubieren. Mi criada Eufrasieja, al remedio de su mal respondió amén de este médico, desde hace tres días.
– Los vecinos juzgo que ya no quieren morirse-. Intervino el Dr. Lenguas-. O propiamente las medicinas causan efecto en sus males. De toda la lista de atendidos, muchos curan, más todavía, en otros, los específicos no provocan efecto.
Acudamos al descanso, que antes de apagarse la luz de los luceros, curando a incalculables pacientes, cometido tenemos.

Bien dijo el galeno alcaceño, que antes de clarear el sol, en visita de casa en casa se acudía.

-A ver un poquito-. Solicitó el doctor al entrar en la casa de un niño con la enfermedad de morirse-.

La criatura, de diez jornadas estaba en debate, volver en sí o dar expiración. Tras su primera observancia, habiéndole tratado con alcanfor, veinte gotas de espíritu de vino rectificado, azúcar y diez onzas de vinagre, con cucharada de en hora en hora, el chico pareciese estar en mejoría. De las pintas en la piel, asemejadas a picotazos de arañones, borradas fueron del cuerpo.
-Morales, anote y sígase-. Instruyó al médico del pueblo-. Sacarse al niño de esta estancia al patio, recibiendo aire sano, dándole frescor durante día y noche, regando el suelo con agua y vinagre. Extiéndase sobre el piso con hojas de parra o morera, evitando al chico picaduras de mosquitos, que son nuestro mal traer.

(Continua)